Wednesday, May 7, 2014

El discurso vacío







Sinopsis

Un escritor inicia un cuaderno con ejercicios para mejorar su caligrafía en el convencimiento de que al mejorarla mejorará también su carácter. Lo que pretende ser un mero ejercicio físico se irá llenando de modo involuntario de reflexiones y anécdotas sobre el vivir, la convivencia, la escritura, el sentido o no sentido de la existencia. Con una lucidez kafkiana el discurso deviene inevitablemente un balance sobre "el espíritu extraviado" de nuestro tiempo. Una obra maestra.

Mario Levrero, El discurso vacío, (Literatura Mondadori, 1996 & 2011) 208 páginas.
Fuente: Goodreads 


Opinión personal

El discurso vacío está escrito en forma de diario que el autor usa como (auto) terapia para lograr cambios síquicos y de comportamiento que cree necesarios para encauzar su vida. El narrador se ha propuesto lograr este fin a través de ejercicios diarios de escritura. Intenta de forma disciplinada mejorar su caligrafía y a su vez nos narra los sucesos diarios de su vida. A pesar de parecer un recuento de sucesos triviales de su vida diaria, realmente es un dialogo personal de carácter existencialista en donde se cuestionan temas muy profundos y donde nos comunica su lucha interna. La caligrafía es solo una herramienta, quizá un pretexto, para ayudarlo a encontrar sentido a su vida. Una vida que considera desordenada, llena de interrupciones y distracciones que le producen angustia y que el implacable pasar del tiempo lo exhorta a cambiar antes de que sea demasiado tarde.

Su actual forma de vida, enmarcada por los malos hábitos, la monotonía, la esposa ausente, su hijo independiente, el perro, Pongo (bastante raro) y los ruidos continuos que torturan complementan a la perfección el cuadro de su angustia e inconformidad y sus mayores obstáculos para lograr la creatividad. En su obra hay siempre una constante tensión entre la forma (caligrafía) y el contenido, lo real y lo irreal (los sueños) y la dicotomía del alma y el cuerpo: ese cuerpo que le desagrada y que se deteriora con el tiempo, mientras que el alma o el mundo interno lucha por prosperar, por trascender. Sin embargo, a cierta edad, como dice el autor, "ya uno no se es protagonista de sus acciones. Todo es consecuencia de acciones anteriores." Se recoge lo que se ha sembrado y ni los tachones de esos ejercicios de caligrafía nos dejan ver la salida o cambian nuestra situación. Se llega a la conclusión de que paradójicamente también evitamos esa salida porque encontrarla podría significar un fin, quizá la muerte. Con algo de suerte aceptamos nuestra realidad y nos dejamos llevar, ¡a cierta edad!, Para el autor es una reafirmación de que la literatura y la vida se pueden concebir juntas como forma de vida.

Magnífica obra que incita a reflexionar.
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Mi puntuación (1-5):

 

    
Sobre el autor:




Jorge Mario Varlotta Levrero, 23 de enero de 1940, Montevideo - 30 de agosto de 2004) fue un escritor uruguayo, que además se desempeñó como fotógrafo, librero, guionista de cómics, columnista, humorista, y también creador de crucigramas y juegos de ingenio. Además, en sus últimos años de vida dirigió un taller literario.

La mayor parte de su vida la pasó en su ciudad natal, con períodos de residencia más o menos prolongados en otras ciudades uruguayas (Piriápolis, Colonia), o en Buenos Aires, Rosario y Burdeos (Francia).

Comenzó a publicar a fines de la década de los 60, en editoriales de Montevideo y Buenos Aires. La obra de Levrero se compone por partes casi iguales de novelas, en general de no mucha extensión, y recopilaciones de cuentos, muy variables en su tamaño. Hay una tercera zona —la de sus últimos libros—, a los que se les denomina novelas por comodidad, pero que son más bien un género propio, a caballo entre el ensayo, el relato y las memorias.
En el panorama de la literatura uruguaya contemporánea, Levrero surge como el último autor de culto del siglo XX. Su fama fue aumentando a partir de los años 80 pero, paradójicamente, siempre manteniendo un perfil muy bajo. Generó un creciente grupo de seguidores tanto en Uruguay como en Argentina pero nunca alcanzó grandes reconocimientos públicos, salvo una beca Guggenheim en el año 2000, que le permitió dedicarse a la redacción de La novela luminosa. Este diario-relato y su antecesor El discurso vacío se consideran sus obras mayores, por su complejidad fabuladora.

Pero otros lectores prefieren, por su elaboración autónoma, sus novelas de la llamada trilogía involuntaria: La ciudad, París y El lugar. Las tres se centran en la urbe, están escritas en primera persona, eso sí como toda su narrativa, y describen una sensación de atrapamiento a modo del sueño (y del cine mudo) propio del sentimiento del "aislado" que evocan casi todos sus relatos. Y, en último término, libros de relatos inclasificables y de intensidad suma son La máquina de pensar en Gladys y Todo el tiempo.

El estilo literario de Levrero cae dentro de lo que una crítica de Ángel Rama denomina el grupo de "los raros", una corriente típicamente uruguaya de autores que no pueden encasillarse dentro de ninguna corriente reconocible, aunque tienden a una especie de surrealismo leve. Felisberto Hernández, Armonía Somers, José Pedro Díaz, y el propio Levrero son los nombres principales de esta corriente, aunque este último era bastante más joven que el resto, y los sobrevivió a todos. De los autores vivos, más jóvenes que Levrero, se incluirían Marosa di Giorgio o Felipe Polleri, que es el continuador que más se acerca a la categoría.

Dentro de la tradición uruguaya, Levrero es más asimilable a Felisberto Hernández que al resto de los "raros". De buscar referentes extranjeros a la literatura levreriana, salvo un cierto aire kafkiano que impregna la primera parte de su obra (desde La ciudad), sólo podría encontrársele parecidos con la obra de algunos de los surrealistas más atípicos, en particular Leonora Carrington.

Los autores del grupo de los "raros" tienen como característica ser “autocancelantes”, es decir que no han generado una corriente literaria de seguidores de su estilo, y cada uno es una singularidad dentro de su género. Sin embargo, en el caso de Levrero hay un amplio espectro de escritores más o menos jóvenes que se declaran deudores del estilo del maestro, pero en general se trata de alumnos de sus talleres, y son más deudores de su método de enseñanza que de su obra literaria.

Incluso dentro de ese grupo de escritores, Levrero es singular en su formación y estilo. Su literatura está fuertemente influenciada por la literatura popular (fue un ávido lector de novelas policiales, incluso en su variedad más floja), pero al mismo tiempo fue un estilista cuidadoso y minucioso, casi maniático.

Además, en su obra hay una fuerte vocación introspectiva que, viéndola en conjunto, da la idea de cierto tipo de escalada desde lo más narrativo hacia lo más cotidiano. El autor lo explica en una entrevista, diciendo que, inadvertidamente, a lo largo de tres décadas su literatura fue recorriendo el camino que va desde el inconsciente colectivo, reflejado en sus primeras novelas, pasando por el subconsciente hasta aflorar en la conciencia y permitirle describir lo que ocurre fuera de sí mismo.

Ese análisis del conjunto de su obra hace que a pesar de lo muy distinto de sus diversas fases, el conjunto adquiera una coherencia que enriquece los significados de cada libro en general. Otra de las características de la obra levreriana, fruto de su casi maniáticamente preciso uso del idioma, es su engañosa sencillez. Salvo algunos relatos excesivamente experimentales, toda su obra se lee con una suavidad y tersura que a veces ocultan la complejidad de significados que pueden extraérseles, tanto en cada texto por separado como en su conjunto. 


Fuente: Wikipedia

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